
Ningún género le ha sido avaro: ha escrito con éxito novelas, poemas, obras de teatro, ensayos e infinidad de cuentos.
Dentro de la narrativa argentina, nadie ha escrito -dejemos a Borges a un lado, obviamente- cuentos tan exquisitos, de prosa tan hondamente poética como Abelardo. Para mí, su prosa es, ante todo, poesía; un vendaval fascinante repleto de figuras poéticas, de una dimensión espiritual sobrecogedora. Esa misma poesía que, en forma de versos nos retacea o nos esconde, por decisión personal, porque la considera algo muy íntimo.
Marechal dijo alguna vez que el secreto de Abelardo Castillo residía en “una difícil y abnegada vocación existencial”. Más contundente ha sido el propio Castillo al aclarar: “Para mí, la literatura y el ser no se diferencian. Lo que escribo no es lo que hago sino lo que soy”. Dicho sea de paso, esta frase es leitmotiv de este blog. No por nada, de los cinco cuentos completos que subí al blog hasta ahora dos ya le pertenecían a Castillo. Sumando uno más al contador de “cuentos de ensueño”, los dejo entonces en compañía de la historia que ha servido de excusa para verter estas breves pero sinceras palabras. César A. Pacheco.
LA COSA