Hace tan sólo unas semanas atrás, tuve el inmenso placer de que mi
navío errante de internauta me condujese –gracias al ondular de las
inextricables olas salobres del destino- hacia las bellísimas costas de la web
de don Antonio Porpetta. Allí anclé mi nave, y allí me emocioné, y allí me reí…
allí volví a gozar de la alta poesía, y volví a llorar… No recuerdo en lo
personal, sinceramente, haber pasado por una experiencia de goce poético
semejante desde aquel pretérito descubrimiento de la poesía de Pablo Neruda. Sé
que no exagero. Sé, además, que luego de una concienzuda lectura de todos los
poemas que habitan la web de don Antonio, seleccionar un poema en particular
(es costumbre de este blog seleccionar una única obra por entrada) no me fue fácil. Querría subirlos a todos… Pero,
como tengo la responsabilidad de mantener cierto criterio en los formatos –es
menester respetar a los lectores- , he tenido que acometer la sacrílega tarea
de decantarme por un único poema. Me he valido para tal fin de un video que
está subido en la misma web de Porpetta -al que enlazaré al pie-, en donde el
autor, en medio de una imperdible entrevista, nos deleita con el recitado de
los versos elegidos para esta entrada: recomiendo sobremanera tomarse el tiempo
para degustar el video. No tiene desperdicio.
(Soy consciente que –por obvias razones- la web de don
Antonio posee infinitamente más seguidores que ésta, pero -a modo de
agradecimiento personal por todo lo antedicho-, si de alguna manera esta
entrada logra sumar algún nuevo admirado lector de sus versos, mi tarea está
cumplida. A él, a don Porpetta, todavía tengo la oportunidad de agradecerle
tantos disfrutes –la mayoría de mis otros maestros están navegando por los
mares del recuerdo, mas nunca del olvido.)
A acomodarse en la inasible pero excelsa butaca del deleite poético…
Sin más dilaciones, los dejo junto a:
LOS ÁNGELES DEL MAR
(De “Adagio mediterráneo”)
Los ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran suavemente a los ahogados
hasta playas amigas,
y allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y peinan su cabellos con esmero
para que no parezcan tan difuntos
y sus madres, al verlos,
no piensen en la muerte.
A veces depositan sobre sus pobres párpados
dos denarios de plata recogidos
de algún pecio profundo
para borrar el miedo de sus ojos
y que el asombro vuelva a sus pupilas,
o ponen en sus manos caracolas y pétalos
como si fueran niños que dormidos
quedaron en sus juegos.
Finalmente, con leves movimientos,
abanican sus rostros muy despacio
y ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles tan sólo los nombres de mujer...
Casi siempre suplican a los altos querubes
que trasladen sus almas con cuidado,
porque el mar dejó en ellas salobres arañazos,
golpes de barlovento, heridas abisales,
y en el más largo instante
vieron cómo sus vidas se alejaban, se hundían
en el temblor callado de las aguas,
y con sus vidas iba su memoria,
y en su memoria todo cuanto amaron
o pudieron amar,
y su dolor fue grande...
Cumplida su misión, vuelan los ángeles
hacia las blancas ínsulas del sueño,
y los ahogados quedan
solitarios y espléndidos
en sus dorados túmulos de arena,
serenos como dioses,
dignos en su derrota,
esperando que nazca la mañana,
que les cubra la luz,
que jamás les alcance
el frío del olvido.
© Antonio Porpetta. Autorizada su reproducción total o parcial, citando autoría.
Aquí dejo el enlace a su página:
http://www.porpettablog.com
Entrevista a don Antonio Porpetta (Con versando con...)